Por Felipe Ramos
Aunque en Chile es ilegal, se ha ido extendiendo los rituales de ayahuasca con chamanes que vienen del Amazonas peruano o con chilenos que han ido aprendiendo esta ceremonia ancestral. En Santiago hay centros no publicitados que ofrecen ceremonias en lugares como Colina, El Arrayán o el Cajón del Maipo. Incluso, hay psicólogos o psiquiatras que recomiendan a ciertos pacientes a que acudan, ya que el poder de la planta o “medicina” puede ayudarlos a superar depresiones o ansiedades.
Hace unos años yo participé de una ceremonia, la que se realizó en una elegante casa de Chicureo con un chamán de origen japonés que reside en la selva del Perú. Éramos más de 15 personas y el rito se realizó de tarde noche en un ambiente contenido y seguro. Luego de ponernos cómodos sobre colchonetas y cada uno llevando almohadas y frazadas —además de un tacho para escupir o vomitar—, los organizadores procedieron a comenzar con cantos y recitaciones. Luego se repartió uno a uno un shot de ayahuasca, la que es hecha con varias plantas. Eso sí que cinco días antes de la ceremonia los participantes deben dejar de consumir carnes, alcohol y sal, entre otros alimentos, además de abstenerse de tener relaciones sexuales. La idea es llegar limpios a la ceremonia.
Volviendo al momento de la ceremonia, al cabo de unos 40 minutos de estar recostado enfocando mi atención en la respiración comencé a ver engranajes de relojes y complicados sistemas funcionando a la perfección. Todo encajaba sin esfuerzo. Luego visualicé una gran anaconda, pero no sentía miedo, incluso cuando me vi dentro de ella. Dicen que la ayuahuasca activa la glándula pineal, la que conecta con nuestra energía más profunda, sanándonos de paso de la tristeza y de los pensamientos autocompasivos.
Un artículo que Esquire describe con mucho detalle lo que se vive con la ayahusaca. Si quieres interiorizarte léelo acá.